Invitación a Chejov

(Los amigos de Revista Terminal, un estupendo proyecto literario chileno, me publicaron hace poco este artículo. Me sugirieron un escrito para fomentar la lectura de Chejov. No me resultó fácil, y eso a pesar de que es mi escritor favorito. O quizás precisamente por eso: el talento y la honestidad de Chejov le hacen sentir a uno tan humilde que lo único que se puede hacer es rogarle al mundo que lea sus cuentos. Leer a Chejov te hace un poco más sabio y un poco más feliz. Ninguna crítica le hace justicia, ninguna invitación puede suplir uno solo de sus párrafos, así que al final opté por analizar un poco la técnica y el alcance humano de su trabajo. En cualquier caso, leed a Chejov, sin más precaución: todos los cuentos son una puerta abierta a la mejor escritura posible.)

Chejov

Cuando escribo no tengo la impresión de que mis historias sean tristes. En cualquier caso, cuando trabajo estoy siempre de buen humor. Cuanto más alegre es mi vida, más sombríos son los relatos que escribo.

ANTON CHEJOV – Consejos para escritores

Fotografía: Chejov, Gorki & Tolstoi - www.calledelorco.com

Máximo Gorki escribió que, en cierta ocasión y estando él presente, tres damas lujosamente vestidas visitaron a Chejov con la intención de conversar sobre temas elevados.

–  ¡Antón Pávlovich! ¿Qué cree usted? ¿Cómo acabará la guerra?

Antón Pávlovich carraspeó, pensó y respondió suavemente, con tono serio y cariñoso:

–  Probablemente con la paz…

–  ¡Bueno, claro! ¿Pero quién la ganará? ¿Los griegos o los turcos?

–   A mí me parece que vencerán los más fuertes…

–   ¿Y quién es, según su opinión, el más fuerte? –preguntaban las damas con gran obstinación.

–  Aquellos que mejor se alimenten y sean más cultos…

–  ¡Oh, qué ingenioso! –exclamó una de ellas.

–  ¿Y a usted quiénes le gustan más, los griegos o los turcos? – preguntó otra.

Antón Pávolovich la miró cariñosamente y le contestó con una sonrisa amable:

–  A mí me gusta la mermelada… y a usted, ¿le gusta?

–  ¡Mucho! – exclamó animadamente la dama.

–  Es tan aromática –confirmó en tono serio otra.

Y las tres se pusieron a hablar animadamente mostrando en cuestión de mermeladas una erudición maravillosa y un sutil conocimiento sobre la materia. (…)

Al marcharse, satisfechas con la tertulia le prometieron a Antón Pávlovich:

–  Le enviaremos la mermelada!

–  Ha conversado de maravilla con ellas, -observé yo cuando ya se fueron.

Antón Pávlovich se echó a reír calladamente y dijo:

–  Hace falta que cada persona hable en su propio idioma… (GORKI. A.P.Chejov)

Anton Chejov (1860 - 1904)

De Anton Pavlovich Chejov se ha dicho que fue el azote de las vulgares costumbres de la decadente burguesía rusa; esto es verdad, pero hay otras facetas de su arte de las que merece la pena hablar y espero que la anécdota de la mermelada nos ayude a tenerlas en cuenta. Las tres elegantes damas, “que llenaban la habitación con el frú-frú de sus faldas”, pretendían hablar con el famoso escritor sobre cuestiones serias y trascendentales. Sin embargo, Chejov aparta suavemente a las mujeres del fingido interés por la guerra y las guía hacia lo que realmente les hace felices. Tanto en la realidad como en la ficción, Chejov intentaba que la gente dejase de lado los convencionalismos y se expresara con la voz que le fuera propia. Anton Pavlovich sentía  un profundo hastío por las cosas del mundo y de Rusia pero lo que motivó su vida fue, por encima de la crítica, una gran compasión por el ser humano.

Piotr Mijáilich siguió a lo largo de la orilla del estanque, contemplando  tristemente el agua, y al rememorar su vida se convenció de que hasta entonces no había dicho y hecho lo que pensaba, y de que los demás le habían pagado con la misma moneda. Esto le hizo ver  su vida entera tan sombría como aquella agua en que se reflejaba el cielo de la noche y se confundían las algas. Y le pareció que aquello no tenía remedio. (VECINOS)

Compartimos la mirada de Mijáilich a lo largo del estanque y su angustia por la terrible certeza de que ha desperdiciado su vida y es demasiado tarde para hacer nada. Chejov sufre con sus personajes y busca para ellos la palabra justa, tal y como intenta que sus interlocutores encuentren su propio idioma. Esta suave melancolía con que una anécdota, trivial solo en apariencia, revela verdades profundas acerca de la condición humana es lo que ha dado fama inmortal a los cuentos de Chejov. Es justo destacar, sin embargo, que muchos de sus relatos muestran una inmensa rabia contra la injusticia y la hipocresía. Aunque Chejov aconsejaba prescindir de juicios de valor en el arte, su visión del mundo se filtra en la de sus personajes.  Oigamos a Ivan Ivanych, que pone voz, sin duda, a los pensamientos del autor:

Verles y oírles mentir –prosiguió Ivan Ivanych, volviéndose del otro lado-y ser llamado idiota por aguantar sus mentiras; soportar insultos, humillaciones, y no atreverse a decir sin rodeos que uno está al lado de la gente libre y honrada; tener uno mismo que mentir y sonreír; y todo ello por un pedazo de pan, por un rincón caliente, por un mezquino puesto en el escalafón que no vale ni un ochavo… ¡No, así no se puede seguir viviendo! (CHEJOV- El hombre enfundado)

Pero tras la denuncia llega siempre el paso atrás, la constatación de que el individuo puede menos que las fuerzas que le rodean. A la indignada declaración de Ivanych responde así el profesor Burkin.

Eso ya es harina de otro costal, Ivan Ivanych – dijo el profesor- ¡Hala, a dormir!

Y en esta resignación también escuchamos al propio Chejov.

Quizá convenga recordar que, a pesar de la tristeza que impera en sus relatos, Chejov pertenecía a la tradición humorística de la literatura rusa; de hecho, le sorprendía que crítica y público destacasen el dramatismo de sus obras sin captar la intención cómica que a él tan obvia le resultaba. Es probable que se considerase descendiente de escritores como Gogol o Leskov, que utilizaban la comedia para ridiculizar lo vulgar y lo mediocre. Anton Chejov empleó procedimientos similares para abordar las pequeñeces de la vida, pero mostraba tan amargamente las tragedias cotidianas que las breves pinceladas de humor no hacían sino acentuar el aspecto sórdido de sus historias. Un ejemplo terrible de las oscuras tragicomedias de Chejov podemos encontrarlo en el magistral relato Enemigos.

–       ¡No  puedo ir! –dijo Kirílov, acentuando pausadamente cada sílaba, y dio un paso hacia la sala.

Abóguin siguió tras él y lo agarró por la manga.

–       Sufre usted, lo comprendo, pero ¡yo no le vengo a llamar para que cure un dolor de muela ni para una consulta, sino para que salve una vida humana! –continuó suplicando como un mendigo-. ¡Esta vida está por encima de cualquier dolor personal! Sí, ¡le ruego que sea usted valiente, le pido un acto de heroísmo! ¡En nombre del amor al género humano!

–       El amor al género humano es un arma de doble filo –contestó irritado Kirílov-. En nombre de ese mismo amor al género humano le ruego yo a usted que desista. (CHEJOV-Enemigos).

Kirílov es el único médico de la zona. La mujer de Abóguin está gravemente enferma. Pero al médico se le acaba de morir su hijito de seis años.

Reconocemos el procedimiento de la comedia: dos personajes irreconciliables se ven obligados a compartir espacio, pero el componente trágico es tan intenso que no hay modo de escapar al dolor de ambos protagonistas. Este es un ejemplo extremo, por supuesto, en el que predomina la desgracia, pero sirve para comprobar hasta qué punto estaba Chejov dispuesto a bucear en el comportamiento de sus personajes. No estamos ante un autor que diseccione la psicología humana como Dostoiesvki, más bien ante un titiritero empeñado en demostrarnos que sus marionetas están ya viejas, gastadas por el uso.

Esta profunda comprensión de los tipos humanos la podemos encontrar igualmente en anécdotas más triviales, ahora sí, básicamente humorísticas.

Escribe hasta las cuatro y escribiría gustosamente hasta las seis, si el asunto no se hubiese agotado. Coquetear, hacer zalamerías ante sí mismo, delante de los objetos inanimados, al abrigo de cualquier mirada indiscreta que le atisbe, ejercer su despotismo y su tiranía sobre el pequeño hormiguero que el destino ha puesto por azar bajo su autoridad, he ahí la sal y la miel de su existencia. ¡De qué manera este tirano doméstico se parece un poco al hombre insignificante, oscuro, mudo y sin talento que solemos ver en las salas de redacción! (CHEJOV-Chist!)

Anton Chejov, Moscú, 1886 | www.laescueladelosdomingos.com

Chejov desnuda con sencillez la vulgaridad del mundo, mostrando en el proceso tanto lo hermoso como lo patético. Aún así, sería injusto reducir sus relatos, novelas breves y obras de teatro a una exposición acertada del tema o a la caracterización de los personajes. Chejov es, ante todo, un escritor de técnica muy depurada. Nada tienen que envidiar sus descripciones a las de Proust o Faulkner.

Desde detrás de la tapia asomaban alegres las cruces blancas y las tumbas que se escondían entre el verdor de los cerezos, y desde lejos parecían manchas blancas. Egórushka recordó que cuando florecen los cerezos estas manchas blancas se mezclan con las flores en un mar blanco; y cuando maduran, las tumbas blancas y las cruces se cubren de puntos de color púrpura, como la sangre. Detrás de la tapia, bajo los cerezos, dormían noche y día el padre de Egórushka y su abuela, Zináida Danílova. (CHEJOV – La estepa)

Tampoco su dominio del punto de vista es inferior al de Henry James o James Joyce, aunque no lo haya explorado hasta sus últimas consecuencias. Chejov maneja las sutilezas de la perspectiva con tal rigor que puede mostrarnos el mundo desde la perspectiva de un perro en Kashtanka, o imaginarse un cadáver rozado por los labios de peces en el fondo del mar, en Gusev. A este respecto, quizá sea en El violín de Rothschild donde Chejov alcanza la cima de su arte.

El pueblecillo era pequeño, peor que una aldea, y los que en él vivían eran casi todos ancianos que morían tan de tarde en tarde que aquello resultaba enfadoso. En el hospital y la cárcel se necesitaban muy pocos ataúdes. Total, que el negocio iba mal. Si Yakov Ivanov hubiese sido fabricante de ataúdes en la capital del distrito ya tendría probablemente casa propia… (CHEJOV- El violín de Rothschild).

Este es Chejov en su máxima expresión, capaz de sugerirnos toda la complejidad del alma humana en un par de frases. Con qué naturalidad abandonamos la falsa neutralidad de la tercera persona para descubrir, gracias a una impresionante exhibición de estilo libre indirecto, que estábamos en el interior de la conciencia de Yakov Ivanov. Era el comerciante de ataúdes quien describía al pueblo, obligándonos a experimentar la necesidad de que alguien se muera. En verdad, no se puede escribir mejor.

Los últimos años de su vida los pasó luchando contra la tuberculosis. A su muerte, como si el destino hubiera querido burlarse del enemigo de la vulgaridad, el cadáver de Chejov fue transportado hasta Moscú, por error, en un camión de ostras. La prensa del país se llenó de elogios para con un escritor que, realmente, habría despreciado tales halagos vacíos. El norteamericano Raymond Carver, uno de sus más aplicados seguidores describió así las últimas horas de Anton Pavlovich Chejov en el relato Tres Rosas Amarillas.

 Luego llevó [el doctor Schwóhrer] las tres copas hasta la cabecera del moribundo. Olga soltó momentáneamente la mano de Chejov (una mano, escribiría más tarde, que le quemaba los dedos). Colocó otra almohada bajo su nuca. Luego le puso la fría copa de cham­paña contra la palma, y se aseguró de que sus dedos se cerraran en torno al pie de la copa. Los tres in­tercambiaron miradas: Chejov, Olga, el doctor Schwóhrer. No hicieron chocar las copas. No hubo brindis. ¿En honor de qué diablos iban a brindar? ¿De la muerte? (CARVER -Tres Rosas Amarillas)

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